II. EL LUGAR

El orden prefijado nos lleva ahora al Sur de España, a las ondulantes praderas de Andalucía, regadas por el Guadalquivir.
De Sevilla a Cádiz se tiende actualmente una moderna autopista de unos 150 kilómetros de longitud, que cruza las vías del ferrocarril cerca de la ciudad de Utrera. De Sevilla a Utrera se puede viajar por ferrocarril y también por la carretera, nacional N 333, perfectamente pavimentada, que permite recorrer rápidamente los 29 kilómetros que median entre ambas ciudades.
A partir de Utrera, el camino se inclina hacia el Sur, en demanda de Jerez de la Frontera y de Cádiz; y cuando el viajero ha recorrido unos 15 kilómetros, divisa, hacia la izquierda, un humilde pueblito de casas blancas, recostado al borde del camino, sobre la verde llanura sevillana.
Su nombre: “El Palmar de Troya”. Ignorado por completo hasta hace pocos años, es ya conocido en el mundo entero porque en sus cercanías se encuentra el lugar de las apariciones, una finca rural, denominada “La Alcaparrosa” y situada también sobre el borde izquierdo del camino. Entre el pueblo y la entrada de la finca la distancia es de un kilómetro, aproximadamente. Modernos servicios de autobús llevan con facilidad de Sevilla a Utrera y una línea local más precaria comunica esta ciudad con El Palmar.
A la entrada de la finca se levanta una imponente y bella imagen de la Santísima Virgen, bajo la advocación, sumamente significativa, de “La Divina Pastora”, que extiende su mano derecha en dirección al lugar de las apariciones, situado a unos 200 metros de la entrada y precisamente sobre la cumbre que domina la hermosa comarca, cumbre que el Señor denominó “Monte de Cristo Rey”.
Lejos de Sevilla, lejos de Utrera y apartado de El Palmar, envuelto en soledad, en silencio y en la agreste belleza del paisaje, el lugar de las apariciones, con austera y humilde dignidad, recibe la visita augusta del Señor, de su Madre Santísima y de sus santos, con el incienso permanente de la oración que sube hacia la altura; y se transforma en inmenso templo, limitado sólo por el horizonte, iluminado, durante el día, por el sol; y cubierto, de noche, por la cúpula gigantesca de la bóveda celeste, encendida y enjoyada con la pedrería asombrosa de las estrellas.
Allí, en ese maravilloso lugar donde el cielo y la tierra se tocan, hemos sentido y palpado la presencia de Dios, de la Virgen y de los Santos, a través de hechos prodigiosos, racionalmente irrecusables e inexplicables, que no olvidaremos jamás.
Examinemos estos hechos con toda objetividad.


Orden de los Carmelitas de la Santa Faz en compañía de Jesús, María y José